Según Platón, Sócrates pasaba la hora discutiendo con sus amigos y familiares y componiendo poemas, sus únicos intentos en la palabra escrita. Podían visitar la cárcel en cualquier momento del día ó de la noche, y debían traer comida para los detenidos ya que las raciones que distribuían en la cárcel eran mínimas o casi inexistentes.
El último día de Sócrates sus amigos llegaron más temprano a la cárcel, una cita que habían mantenido durante los últimos treinta días junto a su maestro. Ahora estaban ahí: Apolodoro, Critóboulo y su padre, Critón, Hermógenes, Epígenes, Esquines, Antístenes, quien fuera el líder de la escuela filosófica cínica. Ctesipo, Menéxeno. De Tebas: Simmias, Cebes, y Fedondes. De Mégara: Euclídes, líder de la escuela filosófica megárica y Terpsión. Estaban todos juntos afuera en la entrada. Se había unido al grupo un servidor de la cárcel, quien más tarde sería el encargado de darle el veneno a Sócrates. El alcaide les había pedido que esperasen su señal antes de entrar a la celda porque le estaban quitando las cadenas a Sócrates y preparándolo todo para dar la orden de la sentencia de muerte.
Su Mujer Jantipa
Apenas entran sus discípulos y amigos se encuentran con Jantipa, su esposa, que ya estaba dentro de la celda con sus 3 hijos y empieza a deshacerse en lamentaciones y gritos. Tuvo Sócrates que pedirle a su amigo Critón que se la lleven a su casa, y Critón ordena a unos esclavos a hacerse cargo de la mujer, pero ella insiste en quedarse cerca.
Sócrates estaba convencido de que la muerte no era algo malo. Creía que era una situación neutral, como un sueño sin sueños, o una oportunidad para comenzar discusiones filosóficas en el Hades con personalidades interesantes del pasado. Justo antes de beber la cicuta, Critón, uno de sus mejores amigos que estaba allí presente, le pregunta si desea encargarle algo, sobre algún negocio ó alguna recomendación para sus hijos, a lo que Sócrates le responde:
—Nada más Critón, que lo que os he recomendado siempre, que es el tener cuidado de vosotros mismos, y así haréis un servicio a mí, a mi familia y vosotros mismos.
Critón muy afectado insiste en recibir instrucciones de su maestro para cuando él ya no este y le pregunta:
–¿Cómo te enterraremos?.
Se habían pasado el día discutiendo sobre la muerte, sobre la inmortalidad del alma que según Platón, Sócrates defendía argumentando que la muerte no es más que la separación del cuerpo y del alma y que esta es inmortal. Le responde a Critón hablándole a todos los presentes:
–Os suplico que seas mis fiadores cerca de Critón, pero de contrario modo a como él lo fue de mi cerca de los jueces, porque allí respondió por mi que no me fugaría. Y ahora quiero que vosotros respondáis, os lo suplico, de que en el momento que muera, me iré; a fin de que el pobre Critón soporte con más tranquilidad mi muerte, y que al ver quemar mi cuerpo o darte tierra no se desespere, como si yo sufriere grandes males, y no diga en mis funerales que expone a Sócrates, que lleva a Sócrates, que entierra a Sócrates porque es preciso que sepas mi querido Critón, que hablar impropiamente no es sólo cometer una falta en lo que se dice, sino causar un mal a las almas. Es preciso tener más valor, y decir que es mi cuerpo el que tú entierras; y entiérrale como te acomode, y de la manera que creas ser más conforme con las leyes.
Quedan todos en silencio y Sócrates pasa a los baños para bañarse, y pide que nadie le acompañe ni le ayude y que lo esperen donde están. Al volver, se reunió con su esposa e hijos por un momento para despedirse. Y mientras se ponía el sol se dirigió a su cama, se recostó y el guardia llega con la cicuta diciéndole:
–Sócrates, no tengo que dirigirte la misma reprensión que a los demás que han estado en tu caso. Desde que vengo a advertirles, por orden de los magistrados, que es preciso beber el veneno, se alborotan contra mí y me maldicen; pero respecto a ti, desde que estás aquí, siempre me has parecido el más firme, el más dulce y el mejor de cuantos han entrado en esta prisión; y estoy bien seguro de que en este momento no estás enfadado conmigo, y que sólo lo estarás con los que son la causa de tu desgracia, y a quienes tú conoces bien. Ahora Sócrates, sabes lo que vengo a anunciarte; recibe mi saludo, y trata de soportar con resignación lo que es inevitable.
El guardia volvió la espalda y se retiró derramando lágrimas. En tanto Sócrates, mirándole, le dijo:
–Y también yo te saludo, amigo mío, y haré lo que me dices.
Sócrates pidió que le trajeran el veneno para bebérselo. Entonces Critón le dice:
–Pienso que el sol alumbra todavía las montañas y que no se ha puesto; y me consta que otros muchos no han bebido el veneno sino mucho después de haber recibido la orden; que han comido y bebido a su gusto y aún algunos han gozado los placeres del amor; así que no debes apurarte, porque aún tienes tiempo.
Sócrates con firmeza le responde:
–Los que hacen lo que tú dices Critón, tienen sus razones; creen que eso más ganan, pero yo las tengo también para no hacerlo, porque la única cosa que creo ganar, bebiendo la cicuta un poco más tarde, es hacerme el ridículo a mis propios ojos, manifestándome tan ansioso de vida, que intente ahorrar la muerte, cuando esta es absolutamente inevitable.
Llega el guardia con el veneno ya machacado en una copa corto y pequeño y le dice a Sócrates:
–Ponte a pasear después de haber bebido la cicuta, hasta que sientas que se debilitan tus piernas, y entonces te acuestas en tu cama.
Sócrates tomó la copa y se la bebió con una tranquilidad y una dulzura maravillosa. Todos sus discípulos y amigos dejaron caer sus lágrimas en abundancia y algunos se cubrían el rostro con sus capas para llorar con libertad. No lloraban la desgracia de Sócrates sino la de ellos mismos al ver a quién perdían.
–¿Según caminaba por la celda, Sócrates empezó a sentir como se debilitaban sus piernas y se tumbó en su cama boca arriba, tal como le había dicho el guardia. Sentía como se helaban las piernas y ese frio subía por todo su cuerpo.
Sus ultimas palabras fueron:
–Critón, debemos un gallo a Asclepios; no te olvides de pagar esta deuda.
Se trataba de un sacrificio en acción de gracias al dios de la medicina, que le libraba por la muerte de todos los males de la vida.
Muy pronto después de la muere de Sócrates, los atenienses se arrepintieron de lo que habían hecho. Se dieron cuenta de la barbaridad de sus actos al juzgar a un hombre inocente y condenarlo a muerte. Tanto fue su arrepentimiento que castigaron a quienes habían sentado las bases para la condena de Sócrates. Honraron la memoria del filósofo construyendo una estatua de bronce y comenzaron a estudiar sus enseñanzas y su legado didáctico con mayor entusiasmo quizás por remordimiento. Sócrates enseñó con su comportamiento y su legado fue su simpleza para vivir en búsqueda de conocimiento y la verdad.